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Victor Rebullida

LAS MIL CARAS (O MÁS) DE JAIME OCAÑA

LAS MIL CARAS (O MÁS) DE JAIME OCAÑA

Después de ..... los años que sea me reencontré con este compañero de clase de cuando las movidas de la Transición en el Instituto Goya de Zaragoza. Todo era ser revolucionario y retador. Cualquier tema era causa suficiente para plantear una huelga o una manifestación. Se pedía la dimisión del director por “c” o por “b”, y lo más importante, se pedía en conjunto con el Instituto Miguel Servet, femenino aquel, que ambos se hiciesen mixtos. Queríamos chicas en el Goya. No deja de producir cierta nostalgia aquellas pequeñas (grandes para nosotros) revoluciones cuando mirando a mi alrededor veo que los equivalentes actuales de aquella nuestra generación permanecen sumidos en una abulia exasperante.

In illo tempore andaba Ocaña entre las mesas, sobre la tarima, ante la pizarra, prodigando sus discursos y dejándose notar. Apuntaba maneras el mozo.

Terminamos el instituto y cada cual tomó su camino, a favor del viento, contra la corriente, contra el viento o a favor de la corriente.

Un día asisto a una actuación teatral, o café-teatral en La Campana de los Perdidos. Un mocetón alto y encorvado, travestido de mil maneras largaba unos monólogos entre el regocijo y las carcajadas de quienes allí estábamos. Voy parando atención, me suena, creo que lo conozco, y al final el cerebro me devuelve el recuerdo que necesitaba. Era él, Jaime, el de la clase del Goya. Le vi como si estuviese en aquella clase en lugar de La Campana. Me alegró el reencuentro y más viendo que había salido todo un artista. Siempre los he respetado y admirado pero cada día que pasa lo hago más si cabe.

El Día de los Inocentes actuó de nuevo en La Campana y allí que me fui. Miércoles, día flojo según dicen los cines, el bar estaba abarrotado. Allí aterrizamos, en la escalera que desciende a las mágicas y metafóricas catacumbas del arte de ese local emblemático. Y no pudimos pasar de ellas y allí, con la cabeza forzada para ver, como espectadores cubistas, como mirones picassianos que diría Jaime en un golpe de improvisación de los que salpica (o acaso inunda) su actuación, aguantamos toda su actuación. Un cuento, una hora de verbo fluido y genial. Otro cuento, otra hora de chispa irrefrenable e irrefrenada. Cerca de dos horas y media sin pausa.

Este Jaime es un genio. Una especie a proteger. Un alienígena enviado para hacernos la vida más llevadera. “I’m an alien, I’m a little alien, I’m an artist in Aragón” (póngasele la música de Sting)

Ha rehusado programas de monólogo recitado y dinero fácil, de guión ajeno memorizado, y escribe a su bolo, escribe para él y él lo cuenta, no otro. Solo Jaime Ocaña puede monologar a Jaime Ocaña.

Títulos como Locus Amoenus, La frigidez como manifestación explosiva de la ninfomanía, Yo los maté evidentemente, Amputadas Cabaret o Emboscado son producto de la fértil imaginación de Ocaña.

 Jaime es un gran actor. Un actor premiado. Jaime es un gran hablador. Sorprendente Ocaña. Jaime tiene esa actitud de bon vivant que unida a su imaginación, mordacidad, agudeza, verbosidad y capacidad interpretativa hacen de él un monstruo teatral irrepetible.

Aquí se le puede ver prodigar sus monólogos rayanos en el surrealismo en diversos locales y también trabaja como actor con la compañía Teatro del Temple.

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