HORA Y MEDIA ARREBATADORA CON 'SALOME'
Una ópera en concierto no deja de ser un espectáculo incompleto, falto de la inherente majestuosidad teatral. En un concierto nos enfrentamos a la música desnuda, desprovista de artificios teatrales, lo que pone más en evidencia a los cantantes, quienes quedan expuestos sin recursos escénicos tras los que refugiarse o con los que ayudarse. Por tanto la talla de éstos ha de ser indiscutible en aras de evitar que una deficiencia musical de al traste con todo. Pero montar una ópera sin escenografía ni actuación, en disposición de Oratorio, es la mejor manera de presentarla al público si no hay sala adecuada (viendo esta orquesta, imaginemos el foso) y naturalmente más económica. Para el público no resulta menos cómodo por exigirle una atención especial ya que habitualmente no se dispone del libreto y porque visualmente resulta árido.
La Wiener Staatsoper tuvo al público atento de principio a fin con una interpretación de “Salomé” que cortaba el aliento. La magistral escritura vocal e instrumental del bávaro tuvo en el conjunto vienés unos intérpretes inmejorables. Los solistas principales no decayeron en ningún instante a pesar de lo agotador de una partitura que les demanda dotes vocales atléticas. La abrumadora y desbordante música les lleva por alturas y dinámicas apuradas obligándoles a luchar por sobreponerse a una orquesta inmensa que, si habitualmente se situaría en un foso permitiéndoles desahogo espacial y sonoro, en esta ocasión se les venía literalmente encima. Así en los palcos laterales sufrimos una deficiente audición de los cantantes que proyectaban su voz al frente. Los oyentes frente a ellos sí les escucharían en toda su plenitud. En nuestra ubicación a quién mejor se escuchó fue a quien encarnaba el rol del Bautista cuando cantaba desde la puerta de fondo del escenario porque lanzaba la voz hacia nosotros. Salomé resultó brillante aunque sobria en gesto mientras que Herodes y Herodías fueron gestualmente los más expresivos. Los personajes secundarios tienen breves intervenciones pero en las que han de poner y bien que pusieron mucha carne en el asador.
En “Salomé”, Strauss raya los límites de la tonalidad manteniendo en vilo la misma durante toda la composición. Que una música sonara con mayor riqueza parecería imposible. La absolutamente exuberante orquesta de Strauss incluía, como curiosidad, un “heckelphon”, un trombón bajo de pistones y un timbal “piccolo” utilizado en la “Danza de los Siete Velos”.
Hora y media arrebatadora. Una orquesta y elenco tremendos para una historia tremenda.
(Auditorio de Zaragoza / ORQUESTA Y ELENCO DE LA WIENER STAATSOPER / PHILIPPE AUGUIN, director)
*Comentario de Victor Rebullida aparecido en Heraldo de Aragón el 17/4/07 Foto de la sede vienesa de los artistas.
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